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Chocolate a la taza suizo y la historia del comerciante de dátiles

Hoy tengo un regalito para tí. Sí, sí, un regalito; porque sé que te lo mereces. Y, ¿cómo lo sé? Pues lo sé porque si has dado con este blog y me sigues, me consta que tienes como propósito seguir una alimentación lo más saludable, lo más fisiológica, consciente y natural posible.

Peeero, eso no es fácil, ¿verdad? Madre mía, si nada más salir a la calle y caminar cuatro manzanas y ¿cuántas panaderías, pastelerías, take away, restaurants, cafés podemos pasar de largo? Donde yo vivo, este fenómeno es hasta ridículo; un paseo de 15 minutos puede parecer un vídeo juego de saltar obstáculos… A ver cuántas tentaciones no saludables somos capaces de dejar pasar de largo sin desfallecer.

Aunque, la verdad, si uno se lo propone, lo consigue. Y, no sólo eso, se recarga de fuerza y valor para seguir con la apuesta propia, la voluntad de cuidarse. Es cierto que a veces echamos de menos muchas recetitas no tan saludables, ¿verdad? Especialmente las relacionadas con los buenos recuerdos y con la infancia, con lo que nos cocinaba mamá o la abuela. Y ¿qué podemos hacer entonces? Pues en mi caso, ya lo ves, imaginación al poder y no sólo no me quedo sin mi antojo, sino que además lo convierto en algo bien saludable para cuando me apetezca repetir, como este chocolate suizo sin lácteos y sin frutos secos y con muy poquita grasa que hoy te voy a regalar. Y, si lo prefieres, si no le pones la nata, pues con casi nada de grasas.

Además, mira, no sólo es delicicioso, consciente, ético, fácil, bello, sino que es una bomba nutritiva… Sí, sí, ya verás cuando lo pruebes lo saciante que es. Con un poquito ya quedas lleno, y es porque los ingredientes continen muchos nutrientes saludables y son bien calóricos, justo lo que necesitamos para el invierno.

Entre las propiedades nutritivas de esta chocomaravilla tienes en la nata: calcio, hierro, manganeso, fósforo, zinc, vitamina B (sobre todo tiamina, riboflavina, niacina, ácido fólico), ácidos grasos saludables omega 3 y 6, todos los aminoácidos esenciales (proteínas que no podemos sintetizar), vitamina E, vitamina C, carotenos; y en el chocolate: calcio, cobre, hierro, magnesio, manganeso, fósforo, potasio, selenio, zinc, vitamina B (sobre todo tiamina, riboflavina, niacina, ácido pantoténico, piridoxina) y, de nuevo, todos los aminoácidos esenciales, omega 3 y 6.

Todos estos nutrientes nos vienen de maravilla para construir tejido de todo tipo (conjuntivo, musucular, óseo), mantener nuestros órganos vitales saludables, aportar grasas sanas a nuestro organismo, aportar nutrientes necesarios para la salud de la piel, el cabello, las uñas y el sistema inmune, aportar azúcares de buena calidad… Y, lo mejor, tenemos una merienda emocional de la que podemos disfrutar sin absolutamente nada de culpa. Una maravila, ¿no te parece?

La receta original, en vez de cacao en polvo, lleva algarroba en polvo cruda; pero si eres un chocolate lover, lo puedes sustituir por cacao en polvo al gusto. Recuerda siempre que el cacao es excitante, así que cuidadín con la hora en que lo tomas; no sea que luego no puedas conciliar el sueño, ya que esta bebida es también muy energizante. Y, otra opción sería combinar algarroba y cacao, 50% y 50%. Mira, es tan energética y viene tan cargada de propiedades que hasta podría sustituir una comida. Así ha tenido que ser en mi caso, lo hice para merendar y tengo la sensación de no necesitar comer en un mes. Bueno, bueno, sin exagerar, ya lo sé. Eso sí, la digestión ha sido ligerita, ligerita. Qué maravilla.

Pero, pero, pero… aún hay más. No sólo tienes hoy esta recetita que puedes preparar calentita en casa en un plis plas, sino que además te dejo una historia preciosa de la mano de Mariano Maturana. Ya lo conocerás si leíste la entrada Dobladillos de alma con frutos del bosque y el misterio de las manzanas. Así que huelga presentación, yo sé que a muchos os encantó la historia de Mariano, pero, la de hoy es una maravilla. I am so loving it! Así que ya sabes, tómate tu tiempo para regalarte este capricho, con tu chocolate en mano y una historia que leerte o leer a alguien bien bonita mientras disfrutáis de este súper chocolate suizo raw vegan ideal para el invierno.

Tiempo de preparación: 20 min Tiempo de cocción: no necesita Listo en: 20 minutos
Para 2 chocolates

Ingredientes

Para la nata
½ taza de tahini blanco crudo
½ taza de zumo de naranja recién exprimido
¼ c pequeña de sal del Himalaya o de mar (opcional)
¼ taza de agua filtrada o de manantial

Para el chocolate
4 tazas de dátiles deshuesados y remojados en una taza de agua durante 24 horas
1 taza de agua filtrada o de manantial tibia al gusto
2 c soperas de algarroba cruda en polvo
¼ c pequeña de sal del Himalaya o de mar (opcional)
½ c pequeña de canela en polvo (opcional)
½ c pequeña de jengibre en polvo (opcional)

Método de preparación

Para la nata
En una batidora de vaso batir todos los ingredientes hasta conseguir una textura muy suave y densa. Reservar en un recipiente de cristal tapado en la nevera mientras preparas el chocolate.

Para el chocolate
Este chocolate lo puedes preparar en el fondo con sólo tres ingredientes: dátiles, agua, algarroba/cacao, pero a mí me gusta añadir un pellizquito de sal marina o del Himalaya y algunas especias, puedes escogerlas a tu gusto.

Para preparar el chocolate, en una batidora de vaso batir todos los ingredientes hasta conseguir una textura muy suave y densa, no descartar el agua de remojo de los dátiles. Obtendrás un chocolate muy muy muy espeso. Así es como a mí me gusta, pero si a ti te gusta más líquido, sólo tienes que añadir más agua y volver a batir.

El agua, yo la añado tibia, a unos 38 ºC —ya sabes cómo soy con este tema, ¡ja!— o, con la batidora turbo, se calienta un poco en el proceso de batir. Aunque este chocolate es tu capricho. Si te apetece el agua más calentita, lo tienes que decidir tú. No la vamos a poner hiriviendo, ¿verdad? Y se trata de un capricho saludable para calentarse en invierno, ¿verdad? Cada uno tiene su momento y está en una fase diferente en su proceso de cuidarse y de cambio en la alimentación. Aquí te toca decidir a tí, sea la que sea la temperatura de elección, va a estar bien; porque jamás va a ser un chocolate requete recocinado y no tiene ningún ingrediente sucio, sólo bondades. Es más, la parte grasa, que es la más inestable al calor, no la vamos a calentar sino que la serviremos a temperatura ambiente.

Por cierto, hablando de servir… Hora de servir ya los chocolates en la taza y decorar inmediatamente con la súper nata. Puedes utilizar una manga pastelera como yo he hecho para decorar el chocolate con la nata, o simplemente servir la nata con una cuchara sopera; una solución más rústica, pero igual de bonita e igual de deliciosa.

¡En fin, en fin! Ya está el chocolate suizo listo. Y aquí debajo te dejo tu historia. Una historia preciosa, ya verás. ¡Disfruta muchísimo!

¡Bon appétit!

Chocolate a la taza suizo

Historia de Abd al-Samad bin Abd al-Qaddus al-Samudí, el comerciante de dátiles

Es difícil aseverar con certeza cuándo comienza el veganismo como idea y práctica social. Las referencias históricas que se remontan a la antigüedad sólo son comentarios y textos de eruditos e historiadores que comentaron la obra de otros eruditos cuyos originales han desaparecido. Los únicos datos que se pueden comprobar con certeza son a partir de comienzos del siglo XIX ya que existen las referencias escritas. Uno de los primeros individuos registrados oficialmente como seguidor de una dieta vegana fue el Doctor William Lambe en 1806. También hay referencias de que el poeta romántico inglés Percy Bysshe Shelley era vegano. Sin embargo uno de los personajes que más me atraen por su historia personal llena de anécdotas sorprendentes es Amos Bronson Alcott, un activista vegano en toda regla de la época que dedicó su vida a la educación. Amigo del poeta trascendentalista norteamericano Ralph Waldo Emerson quien le ayudó incontables veces a subsistir, ya que Amos se encontró a menudo en la total indigencia junto a su familia, a causa de sus principios extravagantes que iban contracorriente de los valores de sus contemporáneos. Una de sus hijas, Louisa May Alcott escribió el famoso libro «Mujercitas«, donde se ficciona de forma magistral la vida de su familia, de su esposa Abby y sus cuatro hijas. Una de las casas donde vivió con su familia es aún recordada, se le llama ‘La casa huerto’ (Orchard House) en Concord, Massachusetts. A continuación reproduzco un encuentro que tuvo Amos con un personaje que cambió su vida y le decidió dedicarse al activismo humanista y vegano.

Un amanecer de la primavera de 1829 Amos Bronson, a sus 32 años, volvía a Walcott en Connecticut de uno de sus viajes de negocios por la costa atlántica norteamericana. Por esas cosas del destino decidió pasar antes por New Haven ya que un amigo le había dicho que una naviera había importado un cargamento de especias y lo estaba distribuyendo a buen precio. El puerto era un hervidero de actividad frenética, eran los albores de la revolución industrial, por doquier aparecían nuevas calles, se levantaban edificios, barracones, fundiciones. Amos Bronson observó con desazón la multitud de viandantes y jinetes de rostros optimistas que iban de un lado para otro, sumergidos en la incipiente nube maloliente del progreso. Él por su carácter prefería el aire limpio que permitía identificar los olores de las hierbas y el susurro al oído de la brisa que le recordaban su niñez. Su bajo nivel educativo, ya que provenía de una familia con recursos limitados, lo había llevado a su trabajo de vendedor viajero, pensaba que le daría la oportunidad de conocer nuevos horizontes, aprender nuevas cosas, suponiendo que así podría satisfacer su espíritu inquieto, curioso y aventurero. Aunque en la práctica su profesión sólo le había servido para desarrollar el juicioso hábito de la lectura. En sus continuos viajes solía llevar diversos libros consigo, con lo cual fue ampliando sus conocimientos en diversos temas, en especial la poesía y la filosofía. Antes de pasar por la naviera dio un paseo junto al muelle. Su mirada no era la misma que la primera vez en New Haven, cuando se sintió maravillado por el ambiente de prosperidad del puerto. Ahora buscaba los detalles exóticos que a menudo aparecían entre las cargas que salían de las entrañas de los barcos atracados, los esforzados estibadores y los sufridos caballos tirando los pesados carros. Sentía una lástima inevitable al contemplar esos animales, le parecían víctimas inocentes del acontecer humano. Sumido en sus pensamientos contradictorios, entre lo maravilloso de la vida misma y la pesadumbre que le provocaba el paisaje de la civilización, decidió ir a la naviera en cuestión.

De pronto un hombre llamó su atención, estaba de pie junto al muelle sosteniendo una pequeña maleta. Era delgado y de estatura media, vestimenta austera pero elegante. Tenía una edad indefinible, parecía anciano, aunque su postura, sus ojos y su rostro moreno irradiaban juventud. A pesar del cansancio del viaje, ya que recién desembarcaba, se movía con agilidad pero pausadamente, como calculando cada movimiento. Al pasar junto a él sus miradas se cruzaron, le hizo una imperceptible reverencia. Amos no pudo aguantar su curiosidad y se acercó a conversar con él. Venía en un barco mercante, procedente de Argelia. Abd al-Samad bin Abd al-Qaddus al-Samudí viajaba con un cargamento de dátiles. Resultó ser un hombre experto, comerciante, políglota, sabio en muchas materias, que había viajado mucho por África, Europa y Asia, en el desierto y en el mar, conocía las personas, los prodigios de cada lugar, las tierras y las comarcas. Fascinado por aquel hombre exótico Amos Bronson decidió posponer por un rato sus negocios. Como era aún temprano de mañana le propuso ir a comer algo juntos. Abd al-Samad aceptó. Fueron a una taberna conocida por Amos y que era frecuentada por marineros y viajantes. El tabernero les sirvió un guiso estofado, huevos cocidos, pan seco y una jarra de café. Mientras Amos comía con apetito Abd al-Samad lo contempló en silencio sin probar bocado. Fue entonces que aquel desconocido cambió su vida para siempre. Le preguntó por qué no comía, seguramente la comida del barco no había sido de las mejores y tendría hambre después de semejante viaje cruzando el Atlántico. Abd al-Samad le confesó que hacía dos semanas que hacía ayuno, la primera semana de viaje había comido solamente dátiles. Agregó que los Tuaregs vivían principalmente de este mágico fruto, por otra parte los alimentos esenciales de las culturas originarias de la costa sur del Mediterráneo eran los dátiles y las olivas. Al ver la cara de sorpresa de Amos le explicó que solía comer muy poco, por otra parte no consumía carne, pero no por razones religiosas, él era un musulmán sufí, sino por la educación que había recibido de su familia. Salieron de la taberna y se instalaron en un agradable lugar donde una señora viuda, conocida de Amos, servía té y bizcochos que ella misma preparaba.

Por un ventanal del salón, iluminado por la luz diáfana de la primavera, se veía el mar. A pesar del poco tiempo que se conocían conversaron como dos viejos amigos. Abd al-Samad, que por cierto solamente bebía té, le preguntó, ¿sabes cuál es el principal alimento del ser humano? Amos intentó adivinar la respuesta diciendo que el agua. Pues no, era el aire. Si se dejaba de respirar se moría en un instante, si se dejaba de beber agua se podía vivir varios días, sin comer nada se podía estar mucho tiempo. Sorprendido por este razonamiento irrefutable Amos le pidió que le explicara sus ideas y le hablara de sus conocimientos y experiencias. Abd al-Samad le refirió que su historia comenzaba en el año 755 durante el reinado del príncipe de la dinastía Omeya Abd al-Rahmán I, también conocido como al-Dakhil ‘el Inmigrante’, Saqr Quraish ‘el Halcón de los Quraysh’ y el ‘Halcón de al-Andalus’, futuro califa de al-Andalus. A sus 18 años, tras huir de Damasco junto a su fiel amigo Badr, un liberto griego con el que había compartido su infancia, perseguido por los Abasíes que habían masacrado a toda su familia, logró encontrar refugio en el norte de África gracias a la protección de diversas tribus beréberes en Mauritania, ya que su madre había sido una concubina cristiana de origen beréber y su padre el príncipe Omeya Mu’awiya ibn Hisham.

En 755 Abd al-Rahmán I se estableció en Ceuta con un pequeño ejército cuyo propósito era invadir la Península Ibérica, aprovechando la debilidad y las rencillas internas de los emires y generales que controlaban ese territorio desde 711. Durante una de sus reuniones, en que rodeado por su visir Yusuf al-Fihrí, generales, autoridades, magnates, sabios y consejeros, recibía en audiencia a delegaciones y visitantes, apareció un anciano de aspecto venerable, vestía una chilaba raída y larga barba blanca, sus ojos y su rostro moreno irradiaban juventud, decía llamarse Musa al-Samudí. Interrogado por el visir para que manifestara el motivo de su presencia en la corte, el anciano explicó que según la profecía de Maslama, tío abuelo de Abd al-Rahmán I, él restablecería la fortuna de la dinastía Omeya, fundaría un reino basado en la justicia, la riqueza, la paz, la armonía y la larga vida de cada uno de sus habitantes. Por eso estaba allí, para enseñarle la ruta hacia ese lugar. Aunque las palabras del anciano fueron recibidas con sonrisas burlonas por los presentes, el joven príncipe intrigado le preguntó en qué dirección estaba esa ruta. Musa respondió que había que internarse en el desierto, a lugares al que sólo el cartaginés Hanno ‘El navegante’, desde la costa atlántica de África, había enviado una expedición terrestre en el pasado remoto de los tiempos. A lo cual Abd al-Rahmán I le dijo que estaba equivocado, ya que su reino iba a ser Córdoba y su propósito era conquistar las tierras de los francos, para lo cual iría en el sentido contrario cruzando el estrecho. Le preguntó qué riquezas había en ese lugar. El anciano dijo que la mejor riqueza de todas, una larga vida rodeada de paz y tranquilidad, con agua, frutas y verduras. Abd al-Rahmán I, que a pesar de su juventud y carácter militar producto de las desventuras de su destino, se caracterizaba por su buen entendimiento en todo tipo de materias, le dijo que la fortuna y el éxito de un monarca consistía en sus triunfos militares, sus conquistas y los pueblos que le reconocían como tal. Su riqueza en la cantidad de oro, piedras preciosas y todo tipo de lujos que lograba acumular. La herencia de un monarca debían ser sus edificios y obras que perduraban de generación en generación, los palacios, las mezquitas, las fortalezas. El anciano le respondió con el máximo respeto y deferencia, diciéndole que había olvidado algo muy importante, la alimentación, que era la base para vivir bien, evitando malestares y enfermedades. Según el anciano la obra más importante de la civilización era el huerto donde el ser humano volvía a vivir la felicidad del paraíso perdido, el huerto era un jardín donde la abundancia estaba al alcance de la mano, no había riqueza más grande que ésta, el resto era una ilusión. El oro compraba las voluntades sin dar paz ni al cuerpo ni al espíritu, al contrario, era fuente de tormento ya que cuando lo poseías tenías miedo de perderlo. Contó que aunque los historiadores lo habían olvidado, en realidad los famosos jardines de Babilonia eran extensos huertos que alimentaban a sus habitantes y no espacios donde paseaban los reyes y su corte. Es por ello, concluyó, que la parte más importante de un palacio era su jardín y por consiguiente la parte más importante de una ciudad eran sus huertos. Abd al-Rahmán I, intranquilo por el paso del tiempo y obsesionado con los preparativos de su ejército agradeció a Musa al-Samudí sus consejos, preguntó a los presentes si alguien estaba dispuesto a acompañar al anciano en la ruta que proponía. Todos miraron para otra parte haciéndose los desentendidos. Al ver la reacción de los miembros de la corte Musa buscó en la bolsa que llevaba de equipaje y sacó un pergamino que entregó al príncipe. Según Musa al-Samudí en el pergamino había una lista de árboles y plantas consideradas como las esenciales para llevar una vida sana. Al ver esa lista un joven escriba se adelantó y comunicó a Abd al-Rahmán I que él estaba dispuesto a acompañar al anciano en su ruta hacia el sur. Una vez cumplida su misión volvería a informar del resultado del viaje.

Abd al-Samad interrumpió su relato por un momento y se quedó observando el horizonte. Amos Bronson le sugirió que salieran a pasear bordeando el mar, aprovechando el agradable clima de esa mañana primaveral. Fueron dejando atrás el ajetreo del puerto. Amos estaba ansioso por saber cómo continuaba la historia. Abd al-Samad le contó que en esa lista estaban todos los árboles frutales, verduras y plantas aromáticas mediterráneas necesarias para llevar una alimentación sana. La mejor alimentación provenía de aquellas frutas y verduras que recibían la luz del sol directamente y que la transformaban en los nutrientes que el ser humano necesitaba. La lista fue copiada por orden de Abd al-Rahmán I y los sabios y eruditos que le acompañaban la llevaron consigo hasta la conquista de Córdoba, donde se crearon jardines basados en los huertos que Musa al-Samudí había descrito. Fue tal la fama que alcanzaron en esa época que la lista fue copiada innumerables veces hasta que llegó a manos de Carlomagno, que ordenó traducirla al latín e incluirla en los capítulos 43, 62 y 70 de su ‘Capitulare de villis vel curtis imperialibus’ que contenía las plantas, árboles, arbustos y hierbas que debían ser cultivadas en jardines reales y monasterios, en un intento por reformar la agricultura de sus inmensos dominios, que se extendían desde Alemania hasta el norte de España. El joven príncipe Abd al-Rahmán I se convirtió en el primer califa de la dinastía Omeya que reinó en al-Andalus por más de 300 años.

En el año 783 en Córdoba, durante una de las habituales recepciones del Califa, aparecieron Musa y el escriba de regreso de su viaje por el Sahara. Abd al-Rahmán I contempló estupefacto a Musa, ya que conservaba el mismo aspecto de anciano venerable, como si los años no hubiesen transcurrido. El escriba no se veía joven como hacía 28 años, pero tenía un aspecto juvenil debido a la delgadez esbelta que había desarrollado. Informó al Califa que la tribu del anciano había encontrado un magnífico y enorme oasis que se alimentaba de las corrientes subterráneas que traían el agua desde las montañas de Tassili n’Ajjer. Reveló que las grandes dunas que cubrían el Sahara eran sólo una débil piel que cubría la abundancia de la tierra, los granos de arena de las dunas eran producto de la erosión de las montañas y eran partículas arrastradas por el viento que se depositaban sobre esa enorme planicie desde hacía miles de años producto de los avatares del clima y la Naturaleza. El Califa, maravillado con esta increíble historia, ordenó que fueran recibidos con los máximos honores y que su historia fuera descrita en todos sus detalles para que las futuras generaciones aprendieran la sabiduría de la buena alimentación, fuente de armonía espiritual y felicidad. Lamentablemente el libro había sido quemado por mercenarios beréberes en 1031 durante la guerra civil que asoló el Califato después de la muerte del último Omeya y que marcó el comienzo del declive cultural de al-Andalus. Abd al-Samad le dijo a Amos que aquel anciano había sido el fundador de su estirpe. Amos hubiera querido seguir escuchando su historia, sin embargo, como todas las cosas en el Universo, los hechos llegan a su fin para que otros les sucedan en la espiral del Tiempo. Era hora de volver al puerto para que cada uno siguiera con sus quehaceres de la vida diaria. Amos, fascinado con su reciente amistad convidó a Abd al-Samad a que le acompañara a Walcott. Pero él se excusó amablemente. Ya tenía un plan de viaje. Un navegante le había comentado que la costa del Pacífico, especialmente California, era, por su clima, propicia para la plantación de palmeras. Había visto que los españoles habían cultivado con éxito varios ejemplares que producían unos dátiles magníficos. No sabía si, luego de vender su cargamento de dátiles a un buen precio, intentaría cruzar las tierras inexploradas de norteamérica con alguna expedición de colonos hasta llegar a las tierras mexicanas de California o si navegaría hacia los mares del sur para cruzar el Estrecho de Magallanes. Se separaron deseándose mutuamente la mejor de las vidas y suerte en sus futuras empresas.

Después de este encuentro fortuito Amos Bronson Alcott cambió su vida. Abandonó su trabajo de vendedor viajero y se dedicó a su labor de activista para promover el mensaje de la alimentación vegana. Intentó combinar las enseñanzas de Abd al-Samad con su cariño por los animales. Se preocupó por crear una nueva forma de educar, abandonando los estereotipos autoritarios en las escuelas, creó un modelo experimental basado en la conversación con los niños en lugar de las aburridas clases de la época. Junto a su esposa, Abby May Alcott y Charles Lane fundó, cerca de Harvard, ‘Las tierras de la fruta’ (Fruitlands) una comuna agraria utópica, donde aplicar las enseñanzas del huerto de Abd al Samad bin Abd al-Qaddus al-Samudí, comerciante de dátiles, su increíble amigo de un instante.

10 comentarios

  1. Silvia Castaño (Silvia La Misma) dice

    Buah qué pasada Consol, qué buenísima foto, entran ganas de mojar el melindrito o no sé qué es exactamente y no dejar ni taza ni plato, ya sabes que no exagero, que es una pasada, nuevamente!!!

    • ¡Haha!

      Ya te veo, Silvia, qué divertido tu comentario.

      Sí, sí, es un melindRAW, haha! Qué fascinante el mundo de la cocina cruda y el de la alimentación viva.
      Ésta recetita la tienes que probar, ¿eh? Mira que se hace en un periquete y me consta que en casa tienes chocolatófilos.

      ¡Besitos gigantes, preciosa!
      K

  2. Silvia Castaño (Silvia La Misma) dice

    Conocía la historia del otro post, y no puse nada en esa ocasión, preciosa, ¡Gracias Mariano!!

    • Mariano Maturana dice

      Gracias por tu comentario Silvia, cariños!

  3. irene dice

    ¡¡Espectacular!!
    ¿Y esa rica pasta q acompaña qué es Consol?
    🙂

    • Hola, bonita,

      ¡Ahá! Esa pastita que acompaña el chocolate es «basically» mi versión del melindro. Peeeero, para este chocolate, no hace falta acompañamiento. Es uy saciante, ya que es súper rico en nutrientes. Mejor solito 🙂

      Besitos,
      K

  4. irene dice

    Muchísimas gracias por la respuestas. No tendrás la recetilla de los melindros por ahí… 🙂

    abrazos!
    Irene

    • De nada, Irene, 🙂

      No, la recetita de los melindros no está aún disponible. Pronto, pronto…

      ¡Un abrazo!
      K

  5. Roser dice

    Hola!! He provat de fer la nata pero m’ha quedat super liquida!!😱😱 en que m’he equivocat? Gracies