Tenemos la suerte, buena o mala, de vivir en una época en la que las carencias alimentarias podrían no existir. Con los alimentos que se producen a partir de la agricultura en todo el planeta, no existiría hambre en ningún rincón del mundo y todos estaríamos bien nutridos y sanos.
Sin embargo, cada día se tiran y desperdician cantidades impensables de alimentos que no han podido ser vendidos según la fecha recomendada por las autoridades para su consumo mientras hay conciudadanos que rebuscan en contenedores algo con lo que sustentarse, niños que presentan síntomas de desnutrición o mayores que se aquejan de enfermedades degenerativas causadas sin duda por los malos hábitos alimentarios y/o una falta de conciencia de la propia salud. Lo mismo es aplicable a nivel mundial: mientras en los países del primer mundo «cocinar es super trendy» y las food boutiques y restaurantes de moda proliferan con sus comestibles y menús nada éticos ni nutricios aunque bien ricos, en el tercer mundo son millares los que no tienen qué llevarse a la boca para su sustento.
Esta máquina opulenta del exceso de producto creada por la industria alimentaria actual no ha venido teniendo en cuenta la moralidad, la ética, la sostenibilidad, lo saludable de su ambicioso proyecto; y, aunque vivimos en una época de superabundancia, ni todos tienen acceso a los alimentos ni todos los que tienen acceso saben alimentarse con mesura y sentido. La obesidad se ha convertido en pandemia lo mismo que las enfermedades degenerativas. Comer, alimentarse, asimilar nutrientes son cosas muy diferentes.
La Historia siempre tiene cosas que enseñarnos. Hoy, Mariano Maturana —al que ya conocerás por otros posts— nos deja una reflexión y nos relata la historia de Luigi di Cornaro (siglos XV–XVI) de la que seguro hay mucho que reflexionar. Te dejo con ella. Ah, y tras su historia, de regalito, dos recetas sencillas, frugales y nutritivas que espero que te gusten. Ya sabes, las comidas ligeras y con conciencia te llevarán a tu mejor estado de salud.
Luigi di Cornaro: la sencillez que dicta la Naturaleza
De todos los dietistas que han tratado el tema de la alimentación, analizando la salud de los seres humanos desde un punto de vista ético, el nombre más conocido y más popular, tal vez, ha sido el de Luigi di Cornaro (1465-1566), un activista veneciano que con su vehemencia personal plantó cara a la locura de los hábitos dietéticos predominantes en el siglo XVI. Pertenecía a una de las principales familias de Venecia durante el apogeo de su poder político. En una época en que esta ciudad se destacaba por la suntuosidad, la decadencia y la vulgaridad del modo de vida de las clases ricas dominantes. Durante su juventud, Luigi, que no hacía excepción a la regla, se distinguió por sus costumbres licenciosas y los excesos alimentarios. El consumo desorbitado de comidas y bebidas de todo tipo, en especial el alcohol, en los habituales banquetes y comidas cotidianas, deterioraron su condición física, cayendo víctima de un sinúmero de trastornos de salud, que convirtieron su existencia en una penosa carga. Entre sus 35 y 40 años pasó sus noches y días en un sufrimiento continuo. Probó todo los tipos de remedios conocidos de la época, hasta que estando a punto de morir conoció a un médico anciano que, yendo en contra de los prejuicios de la profesión médica y de las opiniones populares, tuvo el valor y el sentido común de prescribirle un cambio total de la dieta. Le dijo: «Mira, Luigi, deja tu vida desenfrenada, deja de beber, deja la comida rica, come tan poco como sea posible y no abuses de tu cuerpo. Entonces te pondrás mejor”.
Al principio Luigi aceptó este cambio de dieta impulsado por el miedo a la enfermedad y la muerte, pero con el transcurrir de los días encontró su régimen forzado casi intolerable, y, como él mismo nos cuenta en sus escritos, de vez en cuando recaía en su compulsión consumista por comer y beber lo que se le antojaba.
Pero estas recaídas lo arrastraban de vuelta a sus viejos sufrimientos y, para salvar su vida, se decidió por fin a practicar la abstinencia del ayuno y comer lo menos posible. De esta manera al final del primer año de su dieta restrictiva, se encontró totalmente liberado de todos sus múltiples malestares y enfermedades. A sus 83 años, escribió y publicó su primera exhortación a un cambio radical de la dieta con el título de Tratado de la vida sobria, en la que narra de manera elocuente su propio caso, y exhorta a todos aquéllos que valoran la salud y quieren liberarse de los sufrimientos físicos o mentales, a seguir su ejemplo. Su exordio, en el que aprovechó la ocasión para denunciar el despilfarro y la gula de las comidas que consumían los ricos, podría ser aplicado con poca o sin ninguna modificación de su lenguaje a las prácticas alimentarias de los seres humanos en la actualidad.
«Es muy cierto,» —comienza Luigi di Cornaro en su libro— «que la costumbre, con el tiempo, se convierte en una segunda naturaleza, forzando a los hombres a hacer aquello, ya sea bueno o malo, a lo que se han habituado; y vemos que la costumbre o el hábito saca a relucir lo mejor de la razón en muchas cosas (…) Sin embargo, todos estamos de acuerdo en que la intemperancia es hija de la gula, y la sobriedad hija de la abstinencia: (…) A pesar de esto la intemperancia es considerada una virtud y una marca de distinción, y la sobriedad es considerada como deshonrosa y como un síntoma de avaricia. Tales nociones equivocadas son producto del poder de la costumbre, establecida por nuestros sentidos y apetitos inmorales. Estos han cegado y embrutecido a los seres humanos a tal grado que, abandonando la senda de la virtud, han seguido la del vicio, que los han conducido imperceptiblemente a una vejez cargada de enfermedades extrañas y mortales (…)”
«¡Miserable e infeliz Italia!” —impugna Luigi a su propio país— “no puede ser que la glotonería mate cada año más habitantes de los que podría matar la más cruel plaga o las armas en muchas batallas. Esas fiestas verdaderamente vergonzosas ahora tan de moda, intolerablemente profusas donde no hay mesas lo suficientemente grandes como para contener el número infinito de platos (…) Cómo es posible vivir entre esa multitud de alimentos y enfermedades sin poner fin a este abuso que nos infringimos a nosotros mismos, en nombre del cielo, porque no hay un vicio más abominable que éste [se refiere a la glotonería] a los ojos de Su Divina Majestad. Acaben de una vez con esta plaga, la peor que nos ha afligido (…)”
“(…) Nada es mejor para este propósito (vivir feliz y sin enfermedades) que la sencillez dictada por la Naturaleza, que nos enseña a contentarnos con poco, para ejercer la práctica de la santa abstinencia y la razón divina y para acostumbrarnos a comer nada más que lo absolutamente necesario para sustentar nuestra vida; teniendo en cuenta que los excesos conducen a la enfermedad y la muerte, y que el hecho de dar al paladar una satisfacción que, siendo momentánea, trae al cuerpo una larga, duradera y desagradable enfermedad, que al final lo mata junto con el alma. ¿Cuántos amigos míos —hombres del mejor entendimiento y disposición amable— he visto arrastrados por esta plaga en la flor de su juventud?”
Luigi di Cornaro nos cuenta que llevó a cabo su ardua tarea de proselitista nutricional alentado por muchos de sus amigos, hombres de «el más fino intelecto» (di bellissimo intelletto), quienes a lo largo de los años lamentaron la muerte prematura de padres y parientes, y que por lo visto comprobaron las ventajas de la dieta que proponía Luigi, basada en la abstinencia y el ayuno, que a sus 83 años se conservaba en perfecto estado de salud. Según la Enciclopedia Británica falleció a la edad de 101 años, tranquilamente, mientras dormía.
Influenciado por sus lecturas de Pitágoras, Porfirio y otros clásicos redescubiertos en su época renacentista (fue contemporáneo de da Vinci), Luigi nos enseña en su libro que si primero el ser humano es capaz de dominar la ansiedad por consumir alimentos y bebidas sin límite, luego es más fácil evitar otros excesos que nos subyugan, como la melancolía, el odio y otras pasiones violentas. Nos dice que es posible aprender de nuestras debilidades para mejorar nuestra salud moral y corporal.
Luigi Cornaro explica que hay que tener conciencia y saber cuánta es la cantidad de comida necesaria para sostener la vida de una persona. Dado que la cantidad de alimentos necesarios para mantener una excelente salud y ánimo es tan pequeña, es chocante darse cuenta que nosotros, con muy pocas excepciones, comemos en exceso y nos auto-inflingimos un sinfín de miserias en nuestras vidas, que generan enfermedades físicas y mentales. Luigi concluye que la clave para la salud y la felicidad está indisolublemente vinculada a la cantidad de alimentos que consumimos diariamente. “Cada bocado que consumimos más allá de lo estrictamente necesario para mantener la vida, desperdicia energía física y mental a una velocidad terrible. Si un sólo factor se considerara como el más importante para la salud y la felicidad, ésta sería la misma. Los que son glotones comedores compulsivos deben reflexionar profundamente sobre esta cuestión”.
A comienzos del Renacimiento una ideología vegetariana era algo poco frecuente. Europa había sido arrasada por la peste. La falta de alimentos y la pérdida de las cosechas provocaron hambrunas y enfermedades. La carne era escasa, un lujo para los ricos que vivían en la opulencia y comían y bebían en exceso. En el siglo XVI Luigi di Cornaro fue un autor poco frecuente. Seguramente, por desconocimiento científico, no comió los alimentos de calidad que hoy se recomendarían. En esos días no se conocía la importancia de los alimentos frescos, era a finales de 1400, principios de 1500. Luigi consumía diariamente 350 gramos de alimentos que pesaba con exactitud. Comía una yema de huevo; una sopa de verduras con un poco de tomate y un ínfimo trozo de pan duro y seco que utilizaba para remojar en la sopa; bebía 414 ml de zumo de uva fermentada. Ésa fue su dieta. No comió nada más. No comió pollo, ni pescado. Seguramente si hubiese seguido una dieta vegana incorporarando todos los nutrientes recomendados por la ciencia hoy en día hubiese vivido 120 años.
Porridge de clorofila y frutos rojos
Tiempo de preparación: 5 min Tiempo de cocción: no necesita Listo en: 5 minutos
Para 1 persona
Ingredientes
125 gr de espinacas baby
10 hojas de menta
1/2 manzana
1 puñadito de arándanos
2 fresones
1 puñadito de brotes de pipas de girasol, deshidratados
1 puñadito de brotes de alfalfa
Método de preparación
Combinar las espinacas, la manzana, la menta y la menta en una batidora de vaso y batir hasta obteher una bebida aterciopelada muy suave.
Servir en un bol y decorar con los arándaos, los fresones y las pipas de girasol.
Preceder de un vaso (250 ml) de zumo de uva recién exprimido.
Ensalada frugal
Tiempo de preparación: 5 min Tiempo de cocción: no necesita Listo en: 5 minutos
Para 1 persona
Ingredientes
50 gr de espinacas baby
25 gr de rúcula
25 gr de lechuga morada
1 C de pimiento rojo, cortado en cubitos
1 C de zanahoria, cortada en cubitos
1 c de alcaparras
1/2 hoja de col lombara, cortada en tiras finas
1 puñadito de brotes de alfalfa
1/4 de manzana, cortada en láminas
3 olivas negras
1/2 seta shiitake, macerada en tamari unos 5 min
1/2 naranja, el zumo
Método de preparación
Combinar las espinacas, la rúcula, la lechuga, el pimiento rojo, la col lombarda y la zanahoria en un bol y mezclar bien.
Servir en un bol y decorar con los brotes de alfalfa, las olivas negras, la manzana, las alcaparras y la seta shiitake.
Regar con el zumo de naranja como aliño.
Preceder de un vaso (250 ml) de zumo de uva recién exprimido.
¡Bon apéttit!
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¡¡Deliciosa!! Muchísimas gracias por compartir, no sólo la receta, también la historia ¡qué bueno haberte encontrado!
¡Gracias a ti, Ana!
¡Bienvienida a mi cocina!
Un abrazo,
K
M’has deixat bocabadada…
Me has dejado boquiabierta…
:-O
me gustaría recibir artículos y recetas en mi correo
Gracias
Hola, Otto,
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