Y, ¡bien! La mayoría de nosotros ya estamos de vacaciones o prevaciones, ¿verdad? Algunos, previsores, seguro que ya tenéis pensado el menú para fiestas, especialmente para los días que hayáis invitado a familiares o amigos. En mi caso, no tengo pensado nada «especial», la verdad, prepararé algo fresco y sencillo dependiendo de lo que encuentre de temporada y ecológico este miércoles 24 de diciembre.
Para mí alimentarse es una ocasión muy especial para preparar los alimentos con amor y conciencia, y, porqué no, también una celebración, una oda a la vida: la que ponemos en nuestro plato y la que nos nutre, construye nuestros tejidos y nos da energía.
Este año he reducido el consumo de frutos secos y semillas a casi nada, y los únicos alimentos con frutos secos o semillas que voy a consumir, y muy puntualmente, van a ser sólo fermentados —cremas, quesos, yogures— para aprovechar así las propiedades probióticas de estos alimentos. Para estas fiestas, tengo pensado básicamente preparar ensaladas deliciosas y nutritivas y alguna cremita vegetal. ¿Qué mejor plato que ofrecer a tus invitados y a tu familia que el más saludable y el hecho con mayor amor? Me encanta que las ensaladas no sólo estén presentes en todos los menús, sino que sean las protagonistas del menú en los días especiales.
Si piensas como yo, que alimentarse es un acto natural, ético, moral, político y una opción de salud, seguro que muchas veces te has encontrado en situaciones sociales en las que las bromas a costa de tu menú, o simplemente las preguntas (siempre las mismas), te sobrepasan. Al final, a base de “entrenamiento” año tras año una se acostumbra a la misma situación una y otra vez. ¡Qué remedio! Es como una cantinela que no cesa, habrá que ponerle música, ¡ha! Pero eso, en mi caso, jamás ha sido motivo para desistir o para comer lo que no me apetece ni deseo comer sólo por pasar desapercibida en alguna situación con amigos, compañeros de trabajo, etc. Estas cosas, en el fondo, son mucho más fáciles y naturales de llevar de lo que a veces nos parece, ¿no crees?
Aunque en vez de hablarte yo de las situaciones sociales generadas alrededor de la opción de dieta personal, te voy a dejar con Laura Paglia, que colabora hoy con este magnífico artículo para Kijimuna’s Kitchen. Laura es muchas cosas, entre ellas una persona sabia, sensible, coherente y comprometida. Es, entre otras profesiones interesantísimas, asesora nutricional y coach de vida saludable. Encontrarás muchísima información de valor e interés en su blog Vida Natural Ética y Sana.
Para mí es un honor incomparable poder compartir este espacio hoy con ella para desearte unas muy felices fiestas, vivas, naturales, éticas y saludables y colmadas de amor. Te dejo ahora con Laura y espero que te guste su artículo: es un regalo para ti de las dos.
Veganismo y situaciones sociales: el temor a la diferencia
En mis cuatro años largos en el mundo del veganismo, me he topado miles de veces con la pregunta del millón: ¿¿¿qué comer cuando no estoy en mi casa??? ¡Terror!
Creo que todos los veganos, excepto los pocos afortunados que han nacido en el seno de familias y comunidades veganas, han pasado por eso… Incluso, de cierta forma, yo.
No tanto por la disyuntiva del ¿qué como?, siempre he sido rarilla al comer y mis amigos, familiares y compañeros de trabajo me han visto desde siempre pedir en las más diversas situaciones un plato de verduras a la parrilla en los restaurantes, o quitar ese o aquel trozo de carne de un plato preparado en casa, o traerme mis propios calabacines y pimientos a un asado argentino.
Más bien para mí hubo un periodo en el que me “sentía diferente”, sentía algo que los anglosajones describen como being self-concious, ser extremada y dolorosamente sensible a la mirada de “los otros”. Es la sensación que hemos experimentado todos en algún momento de nuestras vidas, al entrar por ejemplo en una sala repleta de personas que no conocemos, y tener la impresión de que TODOS se dan la vuelta para mirarnos. Horror…
Creo que esta sensación, que nos lleva a pensar que todo el mundo a nuestro alrededor está pendiente de cada palabra y pequeño movimiento que hagamos, viene en un “pack” con el cambio de consciencia. Si reflexionamos no es tan sorprendente: el cambio al veganismo es muy profundo y se trata de un cambio, principalmente, de sensibilidades.
Además, los cambios en nuestra vida son muy “visibles”, en especial durante esos momentos en los cuales la gente tiene tiempo para notarlos… y comentar: la hora de la comida, las reuniones familiares o de amigos, los almuerzos o cenas de trabajo. No es sorprendente, en mi opinión, que nazca en nosotros esta sensación de self-conciousness, creo incluso que sería más extraño que no aflorara.
Es una sensación que tenemos cada vez que pedimos algo de comer, algo que nuestros allegados sabrán instantáneamente que no entra en nuestro “repertorio habitual”. En un momento u otro saldrá ese temido comentario: “Que, ¿sólo vas a comer esa ensalada? Estás a régimen?”, o “Y ¿no quieres el jamón serrano que tanto te gusta?”.
Y luego tenemos que aguantar esta broma: “¿Cómo haces para descubrir a un vegano en una reunión? ¡No te preocupes, el mismo te lo dirá!” como si fuera inevitable que un vegano no hiciera nada más en la vida que hablar de veganismo (y según ese chiste, imponerlo a otros, ¡pesados, pesadísimos veganos!). Por supuesto, el veganismo es una filosofía de vida, así que el tema saldrá en muchas de nuestras conversaciones. Pero la mayoría de las veces nos “declaramos” veganos como respuesta a preguntas y comentarios de ese tipo, inexorablemente directos hacia nosotros. No vamos a dejar a la gente con la palabra en la boca, ¿¿¿no???
En muchas ocasiones, durante los dos primeros años desde mi cambio hacia el veganismo, para evitar entrar en intercambios interminables en los que no me sentía completamente cómoda, soltaba las excusas típicas. “No tengo mucha hambre”. “He comido algo anoche que no me ha sentado muy bien y quiero algo ligero”. “Es que ahora mismo no me apetece, gracias”. “Sí, ¡¡¡estoy a dieta!!!”. No lo decía para renegar de mis principios, sino simplemente para “no complicarme la vida”.
Con el tiempo me he dado cuenta de que si el veganismo no llega a hacer parte de la “normalidad”, del día a día de la gente, nunca habrá un verdadero cambio. Por esta razón, a los dos años de ser vegana, tomé la decisión consciente de no “esconder” más mi veganismo, y si salía el tema decir simplemente que… “soy vegana”, porque eso es lo que soy (entre muchas otras cosas).
Me di cuenta de que haciendo eso sin el temor a ser diferente, no sólo no pasaba absolutamente nada, sino que podía convertir esos comentarios en ocasiones para compartir información. Haciéndolo sin el miedo de “ser agobiada” por las reacciones de los otros, podía contestar serenamente. Haciéndolo sin sentirme observada y analizada, sin estar pendiente de mi, podía reaccionar dándome cuenta de la energía que desprendía la situación, siendo capaz de captar si el comentario denotaba un real interés o si después de las primeras palabras la persona que tenía delante quería seguir con otro asunto.
Este es, claramente, un método muy eficaz para compartir con otros determinada información. Los datos que se pasan de forma forzosa a un interlocutor desinteresado entrarán de un oído y saldrán de otro, solo servirán para perder tiempo y energía y a la otra persona probablemente le hayan incluso molestado (¡¡¡es como la publicidad!!!).
Poco a poco me di cuenta de que las técnicas de comunicación que utilizaba antes “por ser rarita” eran las mismas que podía utilizar en esta nueva etapa de mi vida (que me acompañará hasta el fin de mis días). Cuando alguien antes me preguntaba “Que, ¿sólo vas a comer esa ensalada? ¿Estas a régimen?”, le contestaba que prefería dejar chuletas y pescado al que le gustaran y pasaba, de forma natural, a otro tema. No le daba ni más ni menos importancia que eso, un simple comentario. Ahora mi respuesta es “No, no estoy a dieta, soy vegana (smile!)” y paso de igual forma, naturalmente, a otro tema. Si me doy cuenta de que mi comentario ha dejado una puerta abierta, dejo que las personas entren solas a preguntar lo que les interesa. Y luego por supuesto aprovecho para soltar información 😉 siempre estando pendiente a las energías, y no al sentirme “rara” o “diferente”.
La normalidad parte de nosotros. Si nosotros nos sentimos diferentes, actuaremos como si lo fuéramos. El animal humano es un animal gregario, somos ciegos a la conformidad pero ¡¡¡tenemos antenas parabólicas para captar la mínima diferencia!!! Sentirnos, y, por consecuencia, actuar como si fuéramos diferente es la forma mas rápida para llamar la atención del grupo, una atención que en ese momento es lo ultimo que queremos.
En ingles hay otra frase que me gusta mucho y que reza “fake it til you make it”. Se traduce a algo así como “hazlo de mentira hasta que te salga de verdad”. ¿Nos sentimos raros por ser veganos en un restaurante, una reunión familiar, una cena de trabajo o una salida con amigos? Fake it til you make it! Finge contigo mismo que no eres raro, para nada. Funciona, cada vez que se hace funciona mas y mejor, y ¡llegará el día en el que no tendremos que fingir… porque nos sentiremos así de verdad! 😉
En el momento en que el veganismo sea considerado en nuestra sociedad algo perfectamente normal, habremos llevado parte del cambio que queremos ver, al mundo que nos rodea. Y esa normalidad empieza con nosotros! Cuando sintamos que somos parte integrante de nuestra comunidad, una persona como cualquier otra, podremos pasar a preocuparnos por lo que verdaderamente importa: trabajar eficazmente para que se reconozcan los derechos de los seres animales.
Y como bonus habremos pasado de sentirnos incómodos cada vez que salgamos a comer, a disfrutar de las reuniones, ¡como debería ser!
Es cierto, no sentirnos diferentes es mucho mas fácil cuando haya pasado un tiempo desde nuestro cambio hacia el veganismo, cuando hayamos recopilado información suficiente acerca de esa realidad que tan bien se esconde como para mantener un mínimo de conversación. También es mas fácil no sentirnos diferentes cuando hayamos descubierto unas cuantas tácticas y estrategias para, por ejemplo, pedir en un restaurante consiguiendo que no nos traigan atún, pescado, huevos, yogur, queso, nata, mayonesa o jamón, a pesar de haberle dicho bien claro al camarero que no comemos nada de origen animal (pero… ¡¡¡el jamón no es carne!!! ¿Nos suena eso?). Al principio me explayaba cada vez que estaba en un restaurante, bloqueando al camarero y a todos los otros comensales (¡vaya forma de no llamar la atención!), ¡¡¡y jamás conseguí que ninguno de esos profesionales de la restauración entendieran realmente lo que es un vegano!!!
Ahora elijo mis “batallas” y evito, en lo más posible, las pérdidas de tiempo y energía para mí, evitando al mismo tiempo irritar a camareros y compañeros de mesa. También ayuda haber hecho las experiencias que he hecho, encontrarme en situaciones en las que antes me hubiera sentido verdaderamente incómoda.
Un par de ejemplos. He prestado mis servicios de traductora intérprete en el Hospital Costa del Sol de Marbella durante tiempo, y hace un par de años la dirección del centro de salud nos invitó, a mis compañeros y a mi, a un almuerzo de Navidad en la cafetería del personal. Asumí, dado que la reunión se iba a celebrar en la cafetería, que sería un simple encuentro informal para desearnos felices fiestas y juntarnos, por una vez, todos bajo el mismo techo ya que cada intérprete hace su turno solo. Mi plan era pedir lo que fuera totalmente vegetal, aunque se tratara de un bocata de pan blanco y lechuga iceberg, y solucionado el asunto. Pero, ¡¡¡surprise!!! Nos habían preparado una habitación privada para nuestro encuentro, en ella había una mesa para unas 25–30 personas CUBIERTA con platos “festivos”… Sólo diré que lo más “vegano” en esa mesa era el queso curado :-(. Bueno, como ya había tomado la decisión de que el veganismo es algo perfectamente normal, me senté, esperé que todos hubieran pedido sus bebidas y llame a la camarera. Le pregunté si por favor me podría traer 2-3 piezas de fruta… Sí, seguro, me miró con cara extrañada, pero no me dijo ni pío y me trajo dos plátanos y una manzana. Si, también cuando me los trajo hubo una oleada de ojos volviéndose hacia mí. Y ¿qué? El veganismo es algo perfectamente normal. 🙂 Me preguntaron, y contesté. Así de simple. Aproveché para comentar que comiendo vegano y crudo había solucionado todos mis temas de salud, diagnosticados en ese mismo hospital, muchos de ellos como crónicos. Muchos compañeros se sorprendieron, se interesaron y luego la conversación siguió por donde tenía que seguir.
Otro escenario, vuelo Malaga–Madrid. Pasan los azafatos con el carrito de la “comida” y les digo “No, gracias». 🙂 Luego me doy cuenta que ese día no sabría cuando iba a tener ocasión de comer, así que le pregunto si no tendrían por casualidad algo de fruta fresca. Me contestan que no, no me sorprende, estoy en un avión. Terminado el servicio y recogido el carrito al fondo, alguien me da toquecitos al hombro: uno de los azafatos está allí plantado, en el medio del pasillo, ¡¡¡con una manzana y un plátano en la mano!!!
Ese día fue cuando DEFINITIVAMENTE perdí el miedo a ser vegana en “situaciones de comida”. ¡¡¡Si conseguí comer algo a diez mil metros de altura, lo voy a conseguir en cualquier otro lugar y situación!!!
También me ha ayudado el poner el “problema” en perspectiva. Si bien es cierto que cuando se sale a comer uno quiere disfrutar de la comida, en muchas ocasiones la comida no es lo más importante. Para mí, y para cualquier vegano, antes de lo que se pueda disfrutar comiendo viene la ética, eso es obvio. La realidad es que, la mayoría de las veces, cuando salimos a comer ¡lo que importa de verdad es la compañía! Que sea una cena familiar, una salida al campo o una quedada en casa de amigos, o incluso una reunión de trabajo (en ese caso lo más importante tampoco es la comida, sino el negocio), la comida se puede quedar en segundo plano, si así lo decidimos. Cuando salgo a comer opto por dar importancia a la compañía, ya que sé que muy probablemente comería mejor en mi casa, y suele ser así para veganos y no veganos, con la excepción de las cenas en restaurantes de tres estrellas Michelin! Si no llego a comer manjares exquisitos no pasa nada, sé que mis tomates de la huerta de Alhaurín son cien veces mas sabrosos que los de supermercado que me van a dar en un restaurante. Y sí, los tengo que pagar igual, pero decido ver el pago de ese dinero no como contraprestación de la calidad de mi comida, sino como la oportunidad de quedar con alguien del que aprecio la compañía. Si me quedo con algo de hambre, ¡¡¡tampoco pasa nada!!! O ¿es que no tengo casa propia a la que regresar unas horas después, y llenar mi barriguita con ricos tomates de huerta? No me voy a morir de hambre por eso, estoy segura 😉
Así que, para terminar, ¡¡¡seamos valientes que llegan las fiestas de Navidad!!! Fake it til you make it, y como guinda, llévate algún platillo vegano a casa de la abuela, como si fuera lo más natural del mundo, ¡¡¡ya verás como te lo quitan de las manos!!!
Porque el veganismo ES totalmente normal, si alguien no lo ve así (o lo desconoce) eso es tema suyo, y si pregunta allí estaremos nosotros para aclarar sus dudas 😉
¡¡¡Felices VegaNavidades!!!