El invierno y la primavera me han tenido bien ocupada en proyectos que demandan de mucho trabajo y atención, proyectos de proceso lento que requieren de mucho mimo. De algunos aún no os he hablado, todo llegará. De otros sí, entre ellos, mi próximo libro con Ediciones Urano, que se publicará para principios de otoño de este año 2017 —aún no hay fecha exacta de salida; pero no os preocupéis porque os avisaré en cuanto lo sepa— . Como en mi primer libro, no sólo he escrito el texto, desarrollado y elaborado las recetas, hecho el styling de las fotos, la fotografía y también las ilustraciones. Así que con sólo esto ya me podéis imaginar como mujer orquesta entre la cocina y el estudio. ¡Qué intenso trabajo! Pero también qué gratificante. En estos momentos, el libro está en manos de Twice Design, el mismo estudio que maquetó mi primer libro Raw Food Anti-aging; y os cuento que ya he visto las primeras páginas y está quedando precioso.
Como imaginaréis, con todo este trabajo, ya estaba empezando a notar que por fin tocaba hacer un pausa. Qué suerte que haya coincidido con las vacaciones de verano, así he podido desconectar y respirar aires nuevos durante unos días. Y de de eso os vengo a hablar, de mi corta pero feliz desconexión: mi estancia en Bélgica.
La verdad es que empiezo a tomarle el gusto a irme a climas más fríos en agosto, el calor en Barcelona puede ser excesivo en este mes. Subir un poquito en la geografía ya te pide una manga larga fina como mínimo, y la luz y el tiempo son fantásticos por estas fechas, como el inicio de primavera en el mediterráneo.
En Bélgica ya había estado antes, en la bella Amberes y la cosmopolita Bruselas; así que ya sabía que estos días iban a ser fenomenales, adoro estas tierras y su cultura. Más aún cuando uno de mis puntos de destino, la industriosa Gante, se ha ganado recientemente el título de la capital vegana de Europa con sus innumerables negocios dedicados al consumo y venta de vegetales bio, y su jueves vegano, el día en el que todos los negocios que ofrecen comida al público deben tener como mínimo una opción vegana; en la ciudad se respira una consciencia sobre la sostenibilidad y el respeto al medioambiente admirable. Obvio que no es todo un panorama ideal de verdes y gentes responsables, también abundan los negocios que promueven la alimentación nada saludable ni sostenible —chocolates, bombones, pralinés seguramente deliciosos y finísimos preparados con los ingredientes menos recomendables y refinados; las frituras son el fast food tradicional; lácteos en abundancia, etc.; y, entre otras chucherías procesadas, panes dulces, panqueques, mazapanes, nougats, cuberdons o waffles, de estos últimos, los ganteses fueron los inventores—.
Sin embargo, es cierto que hacen honor al título que ostentan; y como el belga en su belgitud es de carácter perfeccionista y meticuloso —y muy fino—, de capital europea vegana han pasado a autootorgarse el título de la capital mundial del veganismo. ¿Habría que hacer un estudio para ver si tienen razón? Puede ser, pero si no lo son, seguro que se quedan muy cerca.
Como visitante reincidente y fugaz, te contaré mi experiencia de unos pocos días y los sitios que me llamaron la atención, algunos de los lugares adonde fui; no te preocupes, no te voy a explicar aquí las maravillas de su urbanismo y su arquitectura tradicional y contemporánea, o el amor que profeso por la luz y la simbología de las pinturas de los maestros primitivos flamencos —¡visita obligada a los museos y las iglesias!—. Lo podemos dejar para otro día, ¡ja! Mientras tanto, ¿qué me dices? ¿Te vienes de viaje conmigo?
La primera cosa a tener en cuenta para alguien que viene de la Europa del sur es organizarse de manera práctica las comidas: hay que acostumbrarse a los horarios belgas, se empieza a comer a las 12h y a las 14h ya están casi todas las cocinas —y mayoría de negocios— cerradas, para abrir por la tarde de nuevo y cerrar a las 20h, algunos incluso a las 19h. ¡Qué civilizado! ¿Verdad? Sólo quedan abiertos los cafés bar, que son de hecho cervecerías y bares de copas por la noche; pero no hay que alarmarse, porque té e infusiones también sirven a altas horas de la noche.
Así que el primer día, tras la llegada a Gante a las 13h, lo que urgía era comer antes de que todos cerrasen; incluso antes de ir al hotel a dejar la maleta; especialmente tras haber comido el último bocado el día anterior a las 20h y haber dormido apenas 3 horas; el madrugón era de rigor: con las amenazas de colas inacabables en el aeropuerto de Barcelona mejor llegar antes de lo necesario o… Desfortunadamente, estaba cerrado por traslado el restaurante al que teníamos previsto ir, justo al ladito de la linda estación de Sint Pieters de Gante, el Lekker Gec, que tiene como peculiaridad ser un restaurante vegetariano bio donde pagas según comas, al peso.
Lo cierto es que me preocupé, porque en unos minutos, la lista que me había preparado de lugares «aptos» donde comer empezó a acortarse; muchos lugares estaban cerrados por vacaciones: habíamos llegado un par de días después de las fiestas locales y ahora muchos se tomaban su descanso estival. ¡Siempre hay un pelo en la leche!
En fin, de haber tenido un poco más de tiempo hubiésemos investigado la gran avenida que lleva del centro a la estación de tren (Konnigen Elisabethlaan y Kortrijksesteenweg), salpicada de negocios de alimentación saludable. Aunque como los restaurantes de comida india abundan en Gante, no dudamos y entramos en un restaurante indio cercano a la estación, donde no fue nada difícil salir del paso con una ensalada un poco sosa de pepino, tomate, lechuga y una serie de esas salsas súper especiadas tan ricas que puedes encontrar en cualquier restaurant hindú. El primer día de llegar a un sitio, con el despiste típico del recién llegado, uno acaba comiendo mal y a deshora, pero feliz; al menos conseguimos no pasar por este trámite.
La comida en restaurante indio fue muy frugal, mejor así, y después de dejar maletas en el hotel y apresurarnos a recorrer la ciudad, me alegró no sabéis cuánto encontrar, sin buscar, un café bar sencillo pero con una filosofía muy en sintonía y con precios aceptables, Green Way, también con locales en Amberes, Bruselas y Leuven, y que desde 1996 ha contribuido a la divulgación de la filosofía vegetariana a través de la cocina creativa y saludable en Bélgica. Es un sitio informal, correcto, con zumos del día, sopas, arroces, burgers y rollitos, con dulces tentadores vegetarianos (éstos pueden incluir lácteos) y también veganos. La terraza que da a la calle está siempre llena a la hora de las colaciones con gente joven comiendo bocadillos y sandwiches con mucho verde y producto fresco en el interior.
Como ya sabes que no soy muy fan de comer depende qué, mi primer objetivo cuando llego a una ciudad nueva es comprar algún alimento saludable y portable que llevar en el bolso para casos de «urgencia». Y, voilá, otro regalo más en el camino, sin buscar si quiera, como quien sale al paso, apareció una de las tienditas de Ayuno, tienda de productos naturales, todo bio, con frutas, verduras, semillas, frutos secos y más allá; opciones para todos. ¿Qué compré para llevar conmigo? Pues una mezcla de frutos secos y semillas, con bastantes nueces, todo crudo, mi snack favorito; y aunque no fuesen activadas, unos días son unos días. Como eran mi recurso de seguridad para cuando realmente tenía hambre y no un capricho, pues me sentaron fenomenal.
Al lado de Ayuno, un lujoso café restaurant muy bonito, de precios menos bellos, ofrecía también opciones veganas, vegetarianas y gezond eten (comida saludable), y, unos 10 metros en dirección opuesta un letrero anunciaba a De Knoter, una boutique de frutos secos y verduras. Y así calle tras calle, una curiosa combinación de oferta de alimentación saludable, consciente y actitud sostenible con otra de dudoso beneficio para la salud.
El primer restaurante que me enamoró fue Panda, un vegetariano bio con súper tienda, restaurant interior y terracita con vistas al canal Leie que aún bañaban los últimos rayitos de sol a la temprana hora de la cena. Los platos en las mesas vecinas se veían bien ricos, así que para la cena no dudé en pedir un ensalada grande: Een grotte salade, alstublieft! Quizás no fue la mejor idea, ni mi ensalada era tan grande ni tan buena como auguraba lo que había espiado de mis vecinos de mesa, incluso con una rodaja de pan de molde blanco (bio, ¡ehem!), y alguna que otra cosa que no comí.
Pero estaba rica, era fresca, el servicio muy amable y el lugar muy romántico. Supongo que de haberme quedado más días, hubiese vuelto con tal de sentarme a la misma mesa, al lado del letrero que anunciaba «paseos en barca sostenibles por los canales de Gante», donde esperaba amarrada una súper canoa con cojines y un remero de rasgos orientales que la engalanaba con farolillos de velas para la noche. Romántico cuadro donde los haya, aunque las ensaladas, como mínimo, realmente las tienen que mejorar.
Para el día siguiente tenía planes, un micro viaje a Zingem, provincia de Flandes Oriental, donde me hacía mucha ilusión visitar el restaurante de los hermanos De Witte.
Había reservado hora para las 12h 30, ¡qué temprano para almorzar! Aunque teniendo en cuenta el viaje agotador del día anterior y que iba a estar la mañana en ayuno, como de costumbre, parecía una hora bastante razonable. De la estación de Zingem al restaurant hay como unos 40 minutos caminando, momento ideal para descubrir un vecindario residencial de alto standing y plantaciones de trigo y nabos.
El restaurant de los De Witte llegó a los 40 minutos en un torcer del camino. De entrada discreta, es un caserío enorme con tierras donde cultivan parte de los alimentos que luego preparan para sus degustaciones. Precioso. El aperitivo lo sirvieron en el jardín de árboles frutales desde el que se puede avistar la cocina.
La comida se sirve en el restaurant interior donde sólo hay ocho mesas para un máximo de veinte personas. Mereció la pena el viaje, la caminata, la lluvia sorpresa en el camino de retorno y el precio. El servicio no pudo ser mejor, y la propuesta gastronómica fue espectacular; cierto que no era crudo, pero el fuego estaba casi ausente, y la propuesta 100% vegetal.
De vuelta a Gante, donde nos hospedamos todos los días, una breve parada en Brujas para pasear por las pintorescas calles, plagadas de turistas y chocolaterías… Cuantísimas chocolaterías y dulces, en una pequeña ciudad súper religiosa que tiene su encanto —parece que emerge de un cuento fantástico— pero que acabó vendiéndose al turismo; lo mejor es perderse por sus callejuelas, pero cuidando dónde se entra si apetece una infusión —algo tentador bajo el lluvioso clima belga—, en seguida puedes acabar pagando unos 8 euros por un té comercial en cualquier sitio.
Otro de los lugares que me enamoró en Gante fue Be O, con su mercado bio y su café juice bar bio y saludable. El local es precioso, recién renovado y lleno de detalles encantadores. Una pequeña cúpula de vidrio corona el centro del recinto, por allí entra el sol del norte con su dorada luz tenue.
El mercado, con producto bio local de primera calidad; y el café y juice bar, con múltiples opciones healthy, zumos cold–pressed del día, ensaladas frescas y dulces sin azúcares añadidos y gluten–free, todas opciones deliciosas para dejar contentos a todos. Una pausa ideal para tomar un zumo verde y, aprovechando que la comida es tan temprano, un almuerzo a mediodía con producto preparado de manera respetuosa y el especial toque del chef: cocina vegetal creativa, verdaderamente honesta y bien ejecutada para un producto de primera calidad y un buffet self–service nutritivo y saludable.
La visita «obligada» a Bruselas fue como ir a meterse a la boca del lobo, pero como ya lo conocía, iba preparada. Desafortunadamente, el centro bruselense está plagado de bares de frituras, pura obsesión con las patatas fritas —¡el secreto de su sabor radica en que están fritas dos veces, primero 5 minutos a 145 ºC a partir de crudo y, luego de haberlas dejado reposar 30 minutos, se vuelven a freir a 180 ºC hasta dorar!—, los waffles con topping de azúcar glacé, nata y caramelos líquidos, tiendas de chocolates finos por todas partes y cervecerías con las cartas de cervezas más variadas; todo aderezado con miles de turistas que pululan y consumen sin dudar las «finesses» de la gastronomía callejera y la alta confitería belga. El centro de la capital de Europa hoy día es una mezcla de aromas de azúcar y chocolate, aceite recalentado y humeante y harinas horneadas.
A mí me encanta mirar escaparates de confiterías, que no los coma no quiere decir que no me parezcan atractivos. Pero tan sólo cruzar por las Galeries Royales Saint Hubert puede ser de lo más tentador; como decía antes, es ir a meterse a la boca del lobo: hoy día las tiendas de las galerías ofrecen chocolate, chocolate y chocolate… aunque merece la pena entrar y disfrutar de su arquitectura. Aunque ya sabéis, persona precavida vale por dos, y así iba yo, precavida con el mejor chocolate que había encontrado en el último momento en Gante y que llevaba conmigo como un pack de emergencias.
Y fue una idea genial, porque tan sólo un bocado de este chocolate tan puro y sin nada de azúcar le devuelve a una al centro; las tentaciones azucareras desaparecen al momento y su poder saciante te hace inmune a cualquier voz de sirena que escuches cantar desde las más finas bombonerías.
Chocolate puro del mejor no era el único as que llevaba en el bolso, el aguacate se ha convertido este año en mi snack favorito para llevar cuando salgo afuera y sé que no comeré en casa. Sólo hay que ponerlo en el bolso, no «te llama» con su aroma cada vez que abres el bolso —como hacen el resto de frutas maduras—, y su piel es el único envoltorio que necesita. No hace falta llevar nada para pelarlo. Si lo coges desde la base y mordisqueas la parte por donde estaba agarrado a la rama del árbol tirando suave con los dientes se pela como por arte de magia, es la bomba.
Y aún tenía más ases en la manga: en Be O había comprado unas micro botellitas con zumo cold–pressed del día: 1) de limón y jengibre, 2) de cúrcuma y jengibre, y 3) de cúrcuma y naranja. La idea no pudo ser más resultona, una botellita diluida por botella de agua en los cafés que visitamos me mantuvo cargada de energía hasta la noche. El efecto, súper refrescante y energizante, a 200% hasta el fin del día. De hecho, me lo voy a apuntar en mi lista de ideas para mejorar mi día a día cuando no esté en casa. Me encantó.
En Bruselas, no busqué, pero topé con una tienda–bar que no me emocionó mucho y ofrecía zumos cold-pressed guardados en botellas de plástico —un poco descoloridos— y superalimentos. Estos lugares no son santo de mi devoción (aunque son mejor que nada) y después de venir de Gante, el paraiso de lo saludable y lo sostenible, me pareció pobretón para ser una propuesta de la capital.
Y así no pararía de escribir y contar, con sorpresas como Exki en Korenmarkt, con su oferta saludable y, si te empeñas, sano y crudo, para llevar o consumir en el local con las inmejorables vistas del canal Leie a lo lejos, la iglesia de Sint Niklaas y el precioso edificio del antiguo correos central.
O el mercado biológico de verduras de los viernes en Groentenmarkt al lado del Gravensteen, el castillo de los condes de Gante ; el centro de artes contemporáneas Vooruit con su carta casi 100% bio y opción vegana, o el pequeño restaurant 100% vegano de Mie Vie. Mie Vie también me enamoró con su comida casera recién preparada, sus raciones generosas, sus precios asequibles y todo el amor que se respiraba en el pequeño local. Si tienes hambre y quieres comer algo que te va nutrir, saciar y te va a sentar bien, Mie Vie seguro que tiene alguna propuesta que te lo soluciona.
En el viaje de vuelta a casa, ya en el aeropuerto de Bruselas, más sorpresas positivas, donde Exki y Helixir tienen dos pequeños puestos de comida saludable, zumos y batidos vegetales preparados al momento para los viajantes; ya no hay sólo malas y caras propuestas en los aeropuertos, y, estoy segura, pronto se va a expandir esta tendencia a otras ciudades. Así lo demuestra la oferta inagotable gantesa, de la que me quedó aún mucho por descrubir.
Por hoy yo pienso que ya está bien, ¿verdad? Estas son algunas de las perlas gastronómicas y healthy de mi viaje. Ya te iré contando más cositas en otras publicaciones, prometido. Hasta entonces:
Bon voyage!
Hola Consol
Gracias por compartir esto con nosotros. Te sigo hace mucho, me gusta este tipo de Alimentación, y me gustaría mucho poder asistir a uno de tus cursos en Barcelona.
Tienes algo preparado para otoño? Vivo en Tarragona, tendría que ser de un día. Aquí tienes pensado venir a dar una charla?
Gracias!!! Un abrazo. Namasté
Hola, Noelia,
¡Gracias por hacerme saber de tí! Ahora ya sé que estás al otro lado para el próximo post. De momento no tengo nada planeado. El año que viene va a ser un año de cambios para mí, y proyectos nuevos, así que la agenda de cursos está por hacer aún, digamos que para liberar mi agenda.
Por Tarragona no tengo planes tampoco, en estos momentos voy más a dónde me invitan que organizar eventos yo misma.
En fin, ahora lo que más me ocupa es mi próximo libro, que se presentará muy pronto y me demanadará tiempo.
Un abrazo, bella. Y gracias a tí! Shanti!
He leído tu primer libro, y me gustó muchísimo. Espero el próximo con impaciencia.
Te agradezco me mandes programa de actividades en cuanto sepas algo. Un abrazo,
Te sigo en Instagram, el que pongas lo que comes me es de gran ayuda, muy buenas ideas 🙂
Gracias, Noelia. Me encanta saber que el libro está en buenas manos 😀
Sí, sí… uy, ya creo que os avisaré cuando salga el próximo. Me dice mi editora que en Noviembre ya toca… A ver, que no haya atrasos.
Un abrazo,
Consol
Reconozco que me encanta viajar, pero leer sobre las experiencias de viaje siempre ayuda a aprender un poco más de como organizar el próximo.
Tengo una lista de lugares a los que ir y Bélgica es uno de ellos y a juzgar por tu descripción he hecho bien al incluirla, gracias por compartir tú experiencia ya que más o menos me hago una idea de lo que me espera.
Por cierto, estoy totalmente de acuerdo en que actualmente las ciudades desprende aroma a chocolate, azúcar y fritos no hay que ir muy lejos, aquí en Barcelona con lo masificado que esta el centro y los turistas cuesta esquivar los olores y que no se queden impregnados.
Saludos!
Qué bien! Me alegro muchísimo!!! Ya me contarás qué tal tu visita.
Sí, sí. De acuerdo con lo de los olores, pero ya verás, si vas a Bruselas en verano… uff! Es lo que no hay, parece que uno anda dentro de una freidora.
Un abrazo,
Consol
Ya sabes que como siempre es un placer leerte y seguirte. UN beso preciosa!
Silvia
Gracias, preciosa.
Ahora publico mucho más por Instagram. Lo digo por si te apetece seguirme. Es de las «redes sociales» que más me gusta, por ser tan visual y tan fácil de publicar.
Un abrazo muy fuerte!
Muassss!
Consol